Los excéntricos Le Pen

Time Le Pen

 Por Pablo Touzon :: @PabloTouzon 

A veces la realidad simboliza sin matices. Cuando uno entra en el hall de Sciences Po Paris, escuela que junto con la Ecole Nationale de l’ Administration (ENA) se ocupa de formar «la elite dirigente del país», soporte del sistema político francés, lo primero que encuentra son las tradicionales «mesas» conocidas por todo universitario argentino de la edad contemporánea. Allí podrá recibir volantes del Partido Socialista (PS), de la Union pour un Mouvement Populaire (UMP), del trotskismo revolucionario, del Front de Gauche de Mélénchon e inclusive de los «Jóvenes Europeos» (agrupación por otra parte que solo parece existir dentro de Sciences Po, casi como un experimento de ingeniería política). Solo falta la mesa que representa al ( tercer?) partido de Francia, el que acaba de ganar con el 25% de los votos y que ya tiene mas de 40 años de existencia. El Front National no está en Sciences Po, y esto fue, durante mucho tiempo, un negocio compartido.

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El FN nace en 1972 con el objetivo de mediano plazo de federar en un solo partido la miríada de grupúsculos de extrema derecha que pululaban, sin la menor suerte y en el ostracismo total, bajo la sombra del gaullismo post De Gaulle. La vida política no había sido fácil para estos sectores: desde la Liberación en 1944, cargaban con el peso oprobioso de la Colaboración con el invasor nazi, y la cuestión argelina, el levantamiento de los generales en Alger contra la autoridad metropolitana y la serie de atentados de la OAS contra la vida del General De Gaulle sumergieron en la marginalidad a la que en los años ’30 había sido una corriente poderosa. El anticomunismo, recurso tradicional en el marco de la Guerra Fría para la resurrección política en muchas derechas europeas post 1945, les estaba vedado. El General De Gaulle interpretaba esa partitura también, e inclusive la de cierto socialcristianismo, sin necesidad de extravagancias antirrepublicanas. Su populismo «monárquico», su bonapartismo con referéndums pero sin guerra, su tercerismo internacional, abarcaba mucho, mucho más. Es por esto que en realidad, el enemigo a vencer, el objeto de la furia, era el viejo general resistente, y no la izquierda. El General que había manoseado sus sueños, desnaturalizándolos. El traidor de Argelia.

El gaullismo siempre representó un problema para el Front National, y para el que sería desde el inicio su líder máximo, el «Menhir», el ex combatiente de Argelia, el extravagante Jean Marie Le Pen. La combinación de la prosperidad de los 30 gloriosos, junto con el nacionalismo republicano representado por el gaullismo, hacían irrelevante su oferta en el mercado político. Incluso cuando luego de la muerte del General, y durante la década del ’70, el gaullismo deja la épica, se vuelve rutinario y administrativo bajo Pompidou, casi una derecha europea tradicional: incluso bajo Valery Giscard D’Estaing, ese francés raro, «británico», toquevilliano, que gobernará hasta principios de los ’80, y que experimento de frente en su gestión la crisis del Petróleo. Las tensiones del Estado de Bienestar en crisis y el fin de los 30 años «gloriosos» de crecimiento económico las aprovechará la izquierda socialista, quien liderada por Francois Mitterand y en el marco de una alianza transitoria con el Partido Comunista, se hará del poder en 1981.

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Izquierda y FN, el joint-venture

La oportunidad dorada para Jean Marie Le Pen llegará de la mano de Francois Mitterand. Mitterrand, curioso caso: afuera de Francia, representa la encarnación casi ideal de la socialdemocracia francesa, una cierta idea de la seriedad y de la solidaridad internacionalista, un hombre culto, brillante, de ideología clara y convicciones profundas. En Francia, sin embargo, era y fue considerado (también) un político duro y despiadado, furiosamente pragmático, maestro en todo de intrigas y enjuagues. «Mazarino», «El Florentino», «El Faraón», fueron sus apodos. Durante el modelo parlamentario de la IV República, fue un autentico Frank Underwood francés, un Lyndon Johnson especialista en el negocio parlamentario y los engranajes del poder estatal. Adversario eterno de Charles de Gaulle y de su quinta República, articulador del programa común con el Partido Comunista Francés, ex funcionario de Vichy hasta 1943, artífice de la renovación del viejo socialismo y partidario transitorio de la mano dura en Argelia. Mitterrand fue todo eso, y mucho más. También fue el gran aliado “objetivo” de Jean Marie Le Pen en la política grande.

Aun cuando el enemigo común, Charles de Gaulle, hace rato había pasado a la inmortalidad, prevalecía el objetivo compartido: atomizar la vieja mayoría gaullista. Si para Le Pen el objetivo de copar y liderar la derecha francesa siempre representó su aspiración de máxima, para Mitterrand resultaba funcional, embarcado como estaba a principios de los ’80 en pleno ajuste ortodoxo, que su oposición fuese el diabólico, extravagante y filo nazi Jean Marie. Es así que las puertas de la televisión (en ese entonces, patrimonio estatal) se abren para el «Menhir», quien prácticamente duerme en los estudios de televisión. Mediático hasta la medula, escandalizador de la República, Le Pen representa exactamente el juego al que se lo convocó. El gobierno socialista incluso llegará a introducir brevemente la representación proporcional, permitiendo a decenas de diputados del Front National acceder por primera vez a bancas en la Asamblea Nacional, con el objetivo, claro está, de dividir aun mas a la derecha tradicional.

El momento no podía ser más propicio. El giro «ortodoxo» mitterandiano en su política económica y social necesitaba cambiar el eje de la discusión: el anti racismo le dará al socialismo la épica perdida en el marco de ajustes fiscales y reducciones del déficit. La Unión Sagrada contra el fascismo, en lugar de las discusiones salariales. Además, el Front National no podía ganar. Nunca iba a ganar.

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El Triunfo Imposible, negocio para todos

Sobre esta misma convicción operaron durante los años que siguieron los grandes jugadores de la política francesa, de derecha a izquierda. Jacques Chirac apelará al «tabú republicano» para demonizar todo acuerdo posible con el FN, consolidando su mayoría; será ese mismo “anti fascismo” el que le permitirá ganar en 2002 con casi el 80% de los votos en el ballotage.

Más tarde, Sarkozy optará por el método más expeditivo y no menos inteligente de mantener el tabú con respecto a las alianzas pero no así a los temas del Frentismo. Su estrategia, vehiculizada por el Durán Barba de la política francesa, Patrick Buisson, será la de «vampirizar» al lepenismo, adoptando mucho de sus temas pero rechazando una y otra vez a sus líderes. Estrategia que se reveló también rendidora.

La dimensión psicológica de su líder máximo, Jean Marie Le Pen, es central en este esquema de utilización por parte del maistream de la política francesa. Son conocidos las boutades y los escándalos del Menhir, pero lo que es menos conocido es la oportunidad en la que se producen. La famosa frase sobre las cámaras de gas («un detalle de la segunda guerra mundial») se produce dos semanas antes de las elecciones de 1988, en donde el FN corría con ventaja, y destruyó sus posibilidades electorales. Así y cada vez que el FN comenzaba a «normalizarse», a formar parte del paisaje regular de la política francesa, a aumentar su presencia en distritos y alcaldías, Jean Marie, cual anarquista de derecha, volvía a dinamitar el edificio. Como si intuyese que cualquier tentativa de poder real lo dejaría a él afuera del escenario. Como si disfrutase ser, en definitiva, el Diablo de la Republica, el inconsciente reprimido del francés promedio.

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Y en eso llegó Marine

La desdiabolización de los «temas» del lepenismo, practicada por Nicolas Sarkozy, será la antesala de la desdiabolización del voto al FN en sí, opción estratégica adoptada por Marine Le Pen, y ya analizada con maestría por el joven Luca Sartorio. La adopción de los temas de la ex izquierda comunista, el populismo antieuropeo, el discurso contestario al euro y a Bruselas tomaran la delantera frente al folklore de los desfiles con Juana de Arco y el antisemitismo., Marine denunciará a la inmigración masiva ya no más como un atentado a los valores culturales franceses sino como una estrategia del gran capital para bajar los salarios de los trabajadores autóctonos; la práctica del Islam como una afrenta a los valores seculares de la Republica; y al Partido Socialista y la derecha de la UMP como meros ejecutores del poder distante y frio de la UE.

El Frankestein hoy ya camina solo. Marine Le Pen se propuso, en definitiva, terminar con el negocio político más popular de la V República francesa. La pregunta es si es eso posible, si es combinable una estrategia de poder con una estrategia anti sistémica, si es posible ganar la presidencia sin la «mesita» en el hall de Sciences Po. Jean Marie pensaba (y piensa, como vemos hoy nuevamente en sus declaraciones post triunfo de su hija) que no. Y está conforme con eso. Marine, su hija, cree que si. Y que en la articulación virtuosa de la contradicción entre la denuncia de la participación en el sistema se juega, nada más y nada menos, que el poder político en Francia. De esa apuesta familiar depende en gran parte el destino político de uno de los países más importantes de Europa.

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