Por Pablo Stefanoni :: @PabloAStefanoni
El tono entrecortado con el que la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, anunció los resultados pasada la medianoche del domingo no era más que una expresión corporal de lo que significaban esos números. Aunque ya se descontaba un triunfo de la oposición agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), los guarismos superaron cualquier pronóstico previo sobre un posible –pero al fin más estrecho– triunfo de la oposición que quizás no se tradujera en una mayoría significativa en la Asamblea Nacional, que el chavismo venía controlando cómodamente. Ignacio Ramonet, de hecho, decía desde el plató de Telesur que una cosa eran los votos y otra la cantidad de diputados. Pero todo eso estalló por los aires cuando Tibisay resumió la nueva composición parlamentaria: la MUD 99 diputados, y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) 46 (aún falta asignar 22 escaños). Eso es lo que el bloque oficialista tenía hasta ahora.
Maduro apareció sombrío en la pantalla de televisión, los aplausos a sus intentos de reafirmar la moral se vieron bastante forzados y su discurso tuvo un núcleo contradictorio que posiblemente él mismo no llegó a percibir: a la vez que mencionaba que “triunfó la democracia” –en efecto, votó un impresionante 74,25% en un país marcado por la abstención– señalaba que los resultados evidenciaban el éxito de la “guerra económica” y de la contrarrevolución y llamaba a resistir desde las catacumbas (como si ya estuviera fuera del Palacio de Miraflores).
Frente a esto surgen varias lecturas: desde los sectores nacional-populares se suele achacar (casi) todo al enemigo externo, sin poder explicar por qué, por ejemplo, Evo Morales tiene una economía estable desde hace diez años –con el mismo ministro de economía desde que puso un pie en el Palacio Quemado– y Venezuela tiene una economía en crisis permanente: desabastecimiento, tipos de cambio que van desde los 7 a los 700 Bolívares, corrupción masiva y descontrol inflacionario. Si el término “tecnopopulismo” –que usa Carlos de la Torre para el caso ecuatoriano– es válido para describir los esfuerzos meritocráticos de Rafael Correa, en Venezuela hay una suerte de “caos-populismo”, en el que la guerra económica es solo una variable –en parte derivada de los propios incentivos de economía política a la especulación– de la que participan también los militares y la boliburguesía, además de infinidad de “bachaqueros” pertenecientes a los sectores populares.